Alberto Fernández, «Furnita»
© Alberto Fernández, «Furnita», 2021
© de esta edición digital:
LíbereLetras, 2021
bajo licencia CC-BY-NC-SA
© de la fotografía de portada:
Sol Moracho, 2021
Diseño web:
Eduardo Gayo López
LAS ROSAS
Nunca quise los uniformes. No amé las balas sibilantes. Tapé mis oídos cuando caían las máquinas del horror. Los drogados por la patria gritaban: «Victoria, victoria». Sin llantos por su hermano muerto. Los odié. Preguntaron cuál era mi casa, cuál mi mujer, cuáles mis hijos. Sin embargo, acogí en mi refugio al que mostró sus heridas al quitarse el capote. A ese lo curé. Lo amé porque dijo: «Amo tus rosas».
EL PERÍMETRO DE LA VIDA
Volaba demasiado bajo y la paloma golpeó contra el parabrisas de mi 4×4. Describió en el aire una cabriola desequilibrada. Cayó pesadamente delante de mi vista. Me produjo mucho dolor porque quedó delineado el perímetro de la vida. El momento era trágico e inevitable. Pensé en mi padre. Era conductor de un tren. Un día volvió a casa trayendo en sus ojos horror y perplejidad. No tanto por el hecho de atropellar a un suicida, sino por la culpa de no poder evitarlo.
QUÉ IMPORTA EL DESPUÉS
Él trabajaba en una librería. La sin nombre entró y revisó los estantes. Tomó un libro y lo escondió en un bolsillo de su campera. A la siguiente semana lo dejó en su lugar y ocultó otro. Él la miró extrañado por ese proceder que sucedió durante tres meses. Un día no se llevó nada y fue la oportunidad para preguntar. En el café hablaron de sus vidas. Momento para cobrar identidad. Martín y Graciela. Una decisión, «¿A tu departamento o al mío? ». En el living Martín observó que los estantes de la biblioteca estaban vacíos. Solo un libro, La señora Dalloway. Graciela contó entre lágrimas que su padre, al saber que aquellos vendrían a llevarlo, quemó todos sus libros. Solo quedó uno con un adiós dentro. Se develó la incógnita, era su deber leer todos los calcinados. Se despidieron a la mañana con el compromiso de no encontrarse más. Martín caminó hasta su trabajo. En la disquería cantaba Gardel, «Después, qué importa el después, si toda su vida fue el ayer».
TITO
La tormenta se desató con furia. Agua y viento. El arroyo corría enloquecido. A su vera caminábamos juntos cuando perdí mi zapatilla, que el agua loca se llevaba. Tito, mi compañero, se arrojó para recogerla y la corriente se lo llevó. Tres días para encontrarlo. Fugaz pude ver su rostro tieso entre cirios. Me apartó de allí el sonido del celular, mudo de respuestas. Con tanto dolor seguí mi camino en la vida. Cada día se repetía el silencio incógnito en esa jaula de la memoria prestada. Soñé un día cuál era el misterio: no le había pedido perdón. En su tumba lo hice y las palabras volvieron a pronunciarse.
LAS VIAJERAS
Mónica, la poeta, estaba sentada junto al fluir del río pasajero, incansable, que murmuraba lenguajes incomprensibles. El aire no era ni frío ni templado. Así quería estar, como se le antojara. El silencio, interrumpido por los ruidos de la naturaleza, monótonos y reiterados. El viento sonaba en el follaje de los árboles y voces de pájaros extraños buscaban la razón de su existencia, la particular esencia de todas las cosas. También a ella la rodeaba esa aureola persistente. Recordó viejos sueños plasmados en tinta. El primer beso asomó, suave, dulce. Un arrobo de ternura invadió sus mejillas.
Pensó y volvió a inquirir hasta la tortura: ¿por qué se fueron? Que probaran volver. Virginia, Alejandra, Alfonsina. Otra oportunidad.
Creyeron que no, aunque todos las amaban. Confundidas. Antes, impregnaron los oídos con las mariposas de sus voces.
Maquillarlas, vestirlas de largo, zapatos con tacos, lunas blancas de las uñas. Pintar sus bocas de granada roja para que vuelvan a plasmar el puño de aves desgarradas en poemas. Mónica también transformó sensaciones en palabras. Lloró por aquellas, las peregrinas.
¿Y si hubieran preguntado? Había otro modo de vivir, sin ahogos, solo asomándose a su plenitud. Silvia Plath, Violeta Parra. Caminantes. Tenían que comprender que era así: infierno y paraíso, un hueso triste. Les dolía la existencia con sus ropas perfumadas de sufrimiento a la hora de partir.
Mónica se interrogaba por el motivo de dejar trunca la belleza. Con ella sería posible permanecer en esta inmundicia del mundo maravilloso. Escribirían poesías bellas para nosotros, espíritus sensibles, con pancartas de amor.
Mientras la naturaleza seguía con sus murmuraciones, Mónica pensó en encerrar clamores. Como lo hicieron aquellas, las viajeras.
Se incorporó y partió hacia las letras, en rápido vuelo.
Hermosos cuentos llenos de contenidos!
Orgulloso de Ver en este sitio los cuentos de Furnita, que como hijo compartimos experiencias de vida, durante todo el camino junto a él, mi padre….así como también felicitarlo porque aun a sus 93 años transmite a sus alumnos y comunidad sus conocimientos literarios para los que somos NO literarios….
espero lo disfruten así como lo disfruto aun hoy al tenerlo cerca y conectado a través de la tecnología !
saludos.
Buena escritura para buen lector…
Me gustan!!!