Adèle Huguenin, alias T. Combe, fue una de las primeras mujeres europeas de clase obrera que ejerció el oficio de escritora. Con gran éxito. Nació el 16 de agosto de 1856 en Le Locle, una localidad montañosa del cantón suizo de Neuchâtel. Sus padres se dedicaban a la fabricación de piezas de relojería a domicilio, oficio que permitió a la pareja llevar una vida acomodada y dar a sus hijas (Adèle y su hermana menor, Amélie) una completa educación.
Sin embargo, como cuenta la investigadora Caroline Calame, esta situación cambiará a finales del siglo XIX con el impulso de la revolución industrial, que marca la decadencia de la relojería a domicilio. Para estos relojeros, el trabajo en fabricas, al que se veían abocados, supone una degradación y un declive económico. Así que el matrimonio Huguenin decide orientar a sus hijas hacia las escasas profesiones que permiten a las mujeres de la época obtener independencia y respetabilidad: Adèle se convertirá en institutriz y Amélie, en contable.
Así, Adèle Huguenin comienza ganándose la vida como maestra en su ciudad natal a la edad de 17 años, pero las condiciones de trabajo la disuadieron pronto de continuar por esta vía. En efecto, además de la dificultad de enseñar a alumnas que tenían casi su edad, se veía confrontada a las discriminaciones reservadas a las mujeres docentes: sus salarios alcanzaban, como mucho, la mitad de los de los hombres, y además se las confinaba en los niveles más bajos de la enseñanza, lo cual hacía disminuir todavía más los emolumentos.
Su gran amiga inglesa, Augusta Temple, le sugiere la vía de la literatura: «Escribes tan bien, tienes tanta imaginación, que no veo por qué no podrías hacer como Jo y ganar dinero divirtiéndote». Augusta se refiere, por supuesto, a la heroína de Louise May Alcott, que también inspiró la carrera de autoras como Simone de Beauvoir…
Adèle entró en el mundo literario de la Suiza de habla francesa a los 23 años, en 1879, de la mano de quien sería su editor y mentor casi de por vida: Edouard Tallichet (1825-1911), responsable de una de las publicaciones periódicas más influyentes de la Romandía, la Bibliothèque Universelle. Adoptó para ello el pseudónimo de T. Combe, pues su familia le había rogado «discreción» en cuanto a esa nueva actividad: «mujer que publica, mujer pública», reza el refrán de la época. Además, un pseudónimo neutro en cuanto al género podría ayudarla a eludir los problemas que se planteaban a las mujeres que decidían empuñar la pluma.
Sin embargo, y a pesar de la celebridad que sus textos obtuvieron desde el comienzo, dicho pseudónimo no la protegió ni de la censura ejercida por los editores ni tampoco de la presión social y económica que sufrió por su origen y condición de clase obrera.
Las investigadoras Caroline Calame y Monique Pavillon han documentado bien este proceso de censura y presión, así como el modo en que condicionó su obra y secó sus esperanzas de ir más allá de los temas y géneros que les estaban reservados a las mujeres en la Suiza -y en la Europa- de finales del siglo XIX.
En su diario íntimo se han encontrado declaraciones como la siguiente:
Necesitaría escribir una novela, eso me haría feliz. En el fondo, es lo único que me gusta, la vida imaginada en una novela que se lee o se compone. […]. ¿Comprenderé algún día esas incoherencias, esos caminos cortados, esos falsos comienzos, esas facultades tan especiales que han quedado inservibles? […]. Se diría incluso que provocan desprecio.
Diario íntimo, 11 de enero de 1908
Fondo T. Combe de la Biblioteca de la Cuidad de Le Locle
En efecto, la obra de ficción de T. Combe se compone de relatos y novelas cortas, costumbristas o de tesis en su mayor parte. Las editoriales y periódicos suizos de la época estaban en manos de la oligarquía protestante ultraconservadora, y Huguenin no tenía los medios para publicar por cuenta de autor.
Tallichet determinará y condicionará prácticamente toda su carrera y toda su obra. Según Monique Pavillon, cercena y censura los textos de T. Combe hasta hacer desaparecer de ellos los trazos más originales de la escritora, a saber, un agudo sentido crítico, al que se une un fino humor que desemboca con naturalidad en el sarcasmo o la sátira.
Tallichet, consagrado a su público conservador y burgués, doblegará y moldeará a su guisa a la escritora a lo largo de los años en una relación de pigmalionismo y dependencia económica hasta confinarla en los temas considerados «femeninos», como el amor y las cuestiones del ámbito doméstico. Esta relación llega al punto de que, ya con muchos éxitos de público cosechados, otro editor suizo que reedita sus relatos en volúmenes le reclamará una obra inédita, «o al menos un relato que no haya sido ya tallichetado» (Calame, 48).
En una ocasión, la propia T. Combe confesará:
Por un lado y por otro me conminan a ser moralizadora, incluso me dicen cómo. Pero la perversidad de mi naturaleza es tal que me siento casi inclinada a hacer todo lo contrario.
Carta a Philippe Godet, enero de 1886
Adèle Huguenin tratará de liberarse de este yugo trasladándose a París. Espera encontrar allí editores más abiertos que comprendan mejor su talento y su estilo. Sin embargo, Tallichet también ejerce aquí su yugo. Por otra parte, Caroline Calame describe bien cómo reacciona París: rechazo tras rechazo, los editores la van orientando de nuevo hacia publicaciones menores de carácter «femenino». Además, como le han advertido otros escritores suizos, la prosa helvética no interesa en París. Su origen modesto tampoco la favorece. Carece de contactos influyentes y desconoce los códigos de la alta sociedad francesa. Así que decide volver a su país y someterse de nuevo a la censura de Tallichet.
Para entonces, el ambiente en Suiza está cambiando. Estamos en el último decenio del siglo XIX. Frente a los nuevos métodos de producción impuestos por la revolución industrial, la clase obrera se está organizando y las huelgas y conflictos sociales son cada vez más frecuentes. Las ideas anarquistas y comunistas comienzan a hacerse oír. A ello se une la primera ola de feminismo, que convulsionará también el ámbito helvético.
Como cuenta Monique Pavillon, la oligarquía conservadora trata de frenar el cambio profundo que sacude a la sociedad suiza con todos los medios a su alcance, entre ellos, la prensa y las casas de edición. Así, favorecerán una literatura autóctona que difunda los valores protestantes y «eduque» al pueblo. El punto de mira está puesto, en particular, en los jóvenes y, por supuesto, en las mujeres, que han de respetar el orden establecido sometiéndose a las funciones que les están reservadas.
Los editores y hombres de prensa de la época comenzarán a buscar plumas femeninas, consideradas más aptas para esta labor de adiestramiento social… además de más baratas, pues en ningún caso van a cobrar tanto como los hombres de letras en ejercicio.
T. Combe tratará de aprovechar este contexto para liberarse de las garras de su mentor literario, apoyándose en la popularidad que ya tenía anteriormente. De hecho, había sido traducida incluso a varias lenguas, como el inglés, el alemán o el danés.
Es así como una excelente narradora queda confinada en el redil de la literatura educativa y moralizadora. ¿Es este uno de los «grandes errores» de los que habla en su diario íntimo? De hecho, en su madurez Huguenin tiene ya los medios económicos para publicar revistas y boletines propios, pero no osará nunca contrariar a la sociedad conservadora ni publicar la novela «a la Balzac» que en sus diarios lamenta no haber escrito nunca.
Hay otra circunstancia que habría que tener en cuenta a este respecto. Como Caroline Calame nos cuenta, en aquella época las mujeres no tienen derecho, como los hombres, a un gabinete de trabajo privado ni, menos aún, al respeto de su actividad creadora. En definitiva, Huguenin carece de una «habitación propia». Su escritura se ve constantemente interrumpida por sus obligaciones filiales: tiene que ocuparse de las tareas domésticas y del cuidado de sus padres, además de mantener su propio hogar. En otra carta a su amigo y aliado literario Philippe Godet, escribirá:
¿Qué saben los hombres de las complicaciones de sus colegas femeninas, que no pueden, como ellos, cerrar la puerta, porque vienen a reclamarlas constantemente para esto y aquello, para el sinfín de tareas domésticas […]
Carta a Philippe Godet, diciembre de 1889
No, no, esa doble vida es un error radical: cada una de las mitades
sufre a causa de la otra.
¿Podría Balzac haber escrito todas sus novelas ocupándose al mismo tiempo de quitar el polvo de la mansión todos los días, de ir a visitar a su madre para aliviar sus dolencias, de remendar pantalones y hacer compras, de revisar las cuentas domésticas y de amasar el pan antes de ir a negociar con huraños editores del sexo opuesto sus derechos de autor?
A todos los efectos, T. Combe es lo que la investigadora Ángela Martínez denomina una autora imposible –tomando prestado ese segundo término a Bourdieu– pues se desempeña como tal a pesar de que ello no entra dentro de los campos de lo posible que corresponden a su clase y a su género en su época. Por supuesto, ello supone un condicionante mayor de su obra. Y al mismo tiempo, lo insólito de su figura abre caminos, ensanchando esos campos de lo posible.
A pesar de todo, la fuerza narrativa de esta autora es patente en la profusión de relatos y novelas que ha dejado escritos. Administra con inteligencia el detalle en las descripciones, penetra el alma tanto de sus personajes como de la época de la que da testimonio, retrata con cariñosa maestría al pueblo llano –en particular a sus mujeres– y al mundo rural y sus paisajes, y no pierde nunca el sentido del humor. Sus relatos, llenos también de la magia de la literatura popular (su madre y su abuela eran narradoras orales extraordinarias, según sus biógrafas), se convierten en ocasiones en auténticas fábulas modernas, innovando y enriqueciendo una larga tradición europea.
Es cierto que muchos de sus textos resultan frustrantes. La narración comienza abordando temas cruciales del momento, como las luchas políticas y religiosas, los primeros destellos comunistas y anarquistas, para luego diluirse en un asunto menor, relacionado siempre con el amor o la vida doméstica, o adquirir un tinte moralizador. ¿Evidencia de la mano invisible de su editor-verdugo? O también, seguramente, del yugo que le impone la sociedad bien pensante de la que depende económicamente. Pero a pesar de ello, o quizás gracias a ello, algunos de estos relatos son auténticas perlas. Es el caso de la Historia de un aprendiz, cuyo final desemboca en una ambigüedad de una inusitada modernidad para las lectoras y lectores actuales. Y también de Prisioneras, dotado de un fuerte simbolismo en relación con la vida de mujeres fuertes como su protagonista, la brava Epifanía, que queda encerrada en su propia casa con una manada de perros hambrientos.
Así pues, la obra de T. Combe no solo interesa por su valor literario y su indudable encanto, sino también como testimonio del arduo camino que las mujeres –y la clase obrera– tuvimos que recorrer, en toda Europa, para que nos permitieran entrar en el defendido bastión de la «gran literatura».
También demuestra cómo los juicios sobre la «calidad literaria» de un autor o autora pueden resultar futiles, e incluso perniciosos, si no se tienen en cuenta las condiciones materiales y sociales en las que escribió.
Las obras de T. Combe han sido repertoriadas por la Biblioteca de la Ciudad de Le Locle, y muchas de ellas pueden leerse en línea en francés original en la Bibliothèque numérique romande. Constituyen una excelente muestra de la literatura popular del siglo XIX y principios del XX.
Adèle Huguenin murió el 25 de abril de 1933 en Les Brenets, muy cerca de su ciudad natal. Además de dedicar toda su vida a la literatura de ficción, militó con su pluma contra el alcoholismo (fue una de las primeras personas en escribir sobre el alcoholismo femenino) y por la mejora de las condiciones de las mujeres y de la clase obrera (entre otros, promoviendo grupos de discusión y cooperativas solidarias). A pesar de su gran simpatía por la ideología socialista y la lucha feminista, militó más bien desde un humanitarismo religioso primero y filantrópico más tarde. Es, no obstante, una de las grandes damas europeas cuya labor resultó esencial para el auge de las causas obreras y feministas, entre otros, por el ejemplo de su propia vida. Fue siempre dueña de sus propios recursos. Y no se casó nunca.
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Fuentes
Caroline Calame. 2006. «Une écrivaine engagée. T. Combe (1856-1933)«, Nouvelle Revue neuchâteloise, 91-92 (en un catálogo ilustrado publicado con ocasión del 150º aniversario del nacimiento de T. Combe). Todas las fotografías se han tomado de esta fuente.
Monique Pavillon. 2013. «Pourquoi tant d’histoires ? T. Combe (1856-1933) ou la mesure des possibles d’une romancière et journaliste dans la Suisse de la Belle Epoque». Belphegor 7, 2.
Gilles Revaz. «Combe, T.», en: Dictionnaire historique de la Suisse (DHS), version del 11.11.2022. https://hls-dhs-dss.ch/fr/articles/015932/2022-11-11/, consultado el 15.01.2023.
Ángela Martínez Fernández e Iliana Olmedo. “De la (des)memoria a la sociedad del espectáculo. Descubrimiento, trayectoria y repercusión de la figura de Luisa Carnés. Entrevista a Iliana Olmedo”. Kamchatka. Revista de análisis cultural 14 (Diciembre 2019): 539-560.