Natalia Carrero

Natalia Carrero nació en Barcelona en 1970 y reside actualmente en Madrid. En su obra combina la lentitud que requiere la artesanía de la escritura de ficciones con la rapidez de los garabatos, que en ocasiones sube a redes (@lalectoracomun). Es autora de las novelas Soy una caja (Caballo de Troya, 2008), Una habitación impropia (Caballo de Troya, 2011), Yo misma, supongo (:Rata_, 2016), Vistas olímpicas (Lengua de trapo, 2021) y Otra (Tránsito, 2022). También es autora del cómic Letra Rebelde (Belleza infinita, 2016), y de las ilustraciones del cuento infantil Las nubesfuria (Somos Libros, 2021), con texto de Belén Gopegui.

Como afirma la periodista Elena Cabrera, “todos los personajes de las novelas de Natalia Carrero tienen algo en común, están atravesados por opresiones que atenazan a las mujeres en el presente”.

En efecto, la obra de Carrero encarna una voz femenina muy potente que por fin comienza a escucharse: han hecho falta cuatro olas de feminismo para que cuestiones como la maternidad, los cuidados, la problemática inserción laboral de las mujeres y su doble vida, entre otros, se consideren temas de primer orden dentro de la “gran literatura”. Todos ellos quedan reflejados de forma preclara e impactante en las ficciones de Natalia Carrero.

Sin embargo, no conviene caer en el error –habitual cuando se analiza la literatura escrita por mujeres– de encajonarla como autora de temas puramente femeninos, por feministas que sean o se consideren.

Carrero escribe para todos los géneros. Aborda en sus ficciones de forma acerada el problema del trabajo, describiendo con inteligencia las situaciones de precariedad que atenazan a la inmensa mayoría en la actualidad, así como las distorsiones y perversidades del sistema económico y laboral en sus distintas capas.

Otro de los temas que sobresalen en la obra de Carrero es el de la salud mental, de nuevo desde una perspectiva social que nunca abandona: así, el alcoholismo no es una lacra personal, sino la absorción indiscriminada de la toxicidad ambiente, y la psicosis, una amalgama de maltrato y opresión, la sombra que la sociedad proyecta sobre los más vulnerables.

Carrero sabe dejar patentes las formas en que las presiones sociales se reproducen en las comunidades, en las familias y en el interior de cada individuo.

Y lo hace con un trabajo artesanal virtuoso de la Forma. Así, por ejemplo, su escritura en apariencia entrecortada, a parches, a ratos, en caleidoscopio, no es sino el reflejo formal de la vida forzosamente dispersa de las personas que tienen a cargo el cuidado de otras, de las que viven en precario, de las que ocupan habitaciones “impropias”, como ella misma declaró en una entrevista con la investigadora Linnea Kjellsson.1

Según Kjellsson, Carrero ha conseguido crear un espacio propio en el que combina voces de sujetos femeninos, marginados y precarios con temáticas contrahegemónicas. Y todo esto a través de una forma entre la escritura y el lenguaje gráfico que le permite dar cuerpo, sensibilidad y fuerza a sus obras. Los garabatos y dibujos que se entrelazan con su escritura no sólo rompen con las fronteras del género narrativo para situarse en el in-between, sino que también remiten a una materialidad corporal, según la investigadora. El gesto de la mano que plasma sobre el papel sus pensamientos inmediatos, sus garabatos, tachados y escrituras ilegibles, deja constancia de un cuerpo concreto, un sujeto concreto y su intimidad. Como ha apuntado Barthes “cuanto más difícil de leer es una escritura, más se la reconoce como ‘personal’, remitiendo al estatuto impenetrable del individuo”.2

Fondo y forma se conjugan así en la obra de Natalia Carrero para revelar una de las voces más originales del panorama literario actual en español. Como escribe en Soy una caja: “fondo y forma serían indisociables no sólo el uno del otro, sino de mí misma” (39). 

Hay otro espejismo formal en la obra de Carrero: la narración casi sistemática en primera persona, ¿es de verdad “literatura del yo”? Si lo es, se trata más bien de no renunciar a la autenticidad más absoluta a la hora de arremeter contra el mundo. Además, logra abordar temas de gran dramatismo con una ligereza y una ironía que ayudan a quien se asoma a sus páginas a salir sólo con heridas leves y no caer en la desesperanza.

Kjellsson destaca entre esos temas el dilema entre el trabajo asalariado y la escritura en una sociedad donde lo único que tiene valor es la capacidad para producir y consumir. Tanto en Soy una caja como en Yo misma, supongo –apunta la investigadora–, las protagonistas sueñan con ser escritoras, pero su dedicación a la escritura se ve constantemente interrumpida y marginada por el trabajo doméstico no remunerado, las expectativas de la sociedad de tener un trabajo “de verdad” y las demandas que impone satisfacer a una pareja. Bajo esta presión, escribir se convierte en una actividad subversiva para contar sus experiencias, para que estas sean leídas y, en última instancia, escuchadas y comprendidas.

Es ahí donde reside la importancia de la obra de Carrero, continúa Kjellsson: mientras señala las dificultades y explotaciones por las que pasan sus protagonistas, las deja encontrar su propia valentía y fuerza a través de la escritura. Precisamente como expresa Valentina al final de Yo misma, supongo

“Quizá lo más acertado sería obtener la aprobación de sí misma, la propia convicción. Sólo yo puedo darme licencia para escribir, para expresar lo que quiera y como quiera. O para no expresar. Para renunciar, o trastocar y tergiversar. Para romper y volver a montar con otro orden de preferencias, y compartir. Y mientras tanto, ir haciendo algo de ruido que al menos haga saltar más de la cuenta a una nota de la infinita partitura del mundo” (112). 

Por todas estas características, nos parece que la obra de Natalia Carrero entronca bien con las tradiciones literarias más innovadoras y, por supuesto, con la mejor literatura escrita por mujeres. Ella misma se ha reconocido deudora de Clarice Lispector, Annie Ernaux o Mercedes Soriano, pero cabe relacionarla también con grandes escritoras españolas del siglo XX como Elena Soriano y Concha Alòs, que hicieron gala asimismo de una gran libertad creadora para problematizar, en pleno franquismo, los bastiones en los que se asentaba la dominación de las mujeres, lo cual les costó ser exiliadas durante mucho tiempo al territorio del olvido.

Natalia Carrero recoge el testigo con solvencia en una época que debería serle más propicia. En LíbereLetras nos hacemos eco para contribuir a que de verdad lo sea.


Textos de Natalia Carrero en LíbereLetras

Autónoma

(Extracto de Otra)


La realidad se construye narrándola


  1. Agradecemos a Linnea Kjellsson que haya accedido a compartir aquí algunas de sus notas para el análisis sobre la obra de Natalia Carrero que está redactando en estos momentos.
  2. Roland Barthes, Variaciones sobre la escritura, 91.

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