(Extracto)
Gloria Fortún
Extracto de la novela Roja Catedral
© Gloria Fortún, 2022
© De la edición impresa:
Editorial Dos Bigotes, 2022
© de esta edición digital:
LíbereLetras, 2024
bajo licencia CC-BY-NC-SA
© Diseño de portada: Raúl Lázaro
Diseño web:
Eduardo Gayo López
El ruido de un caballo. El olor de un caballo. El relincho de un caballo. De qué sirven las artes marciales ante un caballo. Un caballo delante de mí. Una voz borrosa que dice: Cielo. Durante unos segundos pienso que soy una niña y que la tía Clara ha venido a buscarme, pero me acuerdo de que está muerta. ¿Quién eres? No veo bien, he perdido mis gafas. Juana Barbaridad: Poemas, praderas y batacazos. Para servirte. Me he tocado el ala del sombrero al presentarme, por si no lo has visto. ¿Eres una Comensal? Sí. Y ahora te estoy tendiendo la mano. Monta. Pero peso mucho. Monta. Te conseguiremos otras gafas. Abrazo a Juana por la cintura mientras ella agita las riendas, los botones de su levita están fríos. En cuanto salimos al paseo de la Castellana sé que nos dirigimos a la Sierra. Apoyo mi mejilla contra la espalda de la vaquera y dejo que el viento vaya distribuyendo mis lágrimas a su antojo.
Indiardiente nos recibe en la puerta, una vez hemos dejado el caballo en el establo. Sujeta una vela. Su pelo oscuro sigue desconcertando tanto como para tener ganas de desviar la mirada, incluso sin mis gafas. Es como si estuviera rodeada siempre de animales. Toma mis manos entre las suyas. Ya estás aquí, Cielo, querida. ¿Por qué me habéis traído? Tu cama está preparada. Mañana habrá tiempo de hablar de todo. ¿Juana? Mi jinete asiente y se engancha de mi brazo. Indiardiente eleva la voz y dice a la oscuridad: ya estamos todas. Buenas noches, Comensales. ¡Amor a medias, nunca!
Pasan los días. La invitada a la próxima Ceremonia soy yo. Han colocado una bandeja en el centro de la mesa. Vamos a comernos un corazón. Nuestras bocas estarán rojas, nuestras Almas, calientes; y yo seré, por fin, una de ellas. Pero mientras tanto, qué difícil me resulta escribir Poemas cuando mi Alma parece haberme abandonado.¡Pues vayamos a la cantina! Amina corre a avisar al resto mientras yo me miro en el espejo ajado que hay en la entrada de la Casa. Frente a él se ajustan el sombrero y se pintan los labios las Comensales antes de un duelo de versos. No estoy en un momento de saber, sino de sentir. En la Sierra, la noche es tan profunda como los túneles de los perros de las praderas. Se escuchan las veletas que chirrían en los tejados y en los tendederos de los patios bailan su danza parsimoniosa los edredones bordados a mano. Pero al traspasar las puertas abatibles de la cantina todo es de color naranja llamarada y rojo franela.
Pues claro. Cada vez que regreso te busco y hoy presiento que voy a volverte a ver en ese lugar donde los besos de mi adolescencia sabían a zarzaparrilla y te bebías la melancolía en vasos de bourbon. Curioso, pienso ahora, que tu forma de estar triste siempre ha sido la de quien ha vislumbrado la belleza de otro mundo y trata de recabar fuerzas para poder volver a anhelarlo, la de quien sabe que la tragedia y la maravilla ocurren simultáneamente. Deséame el suficiente cuerpo para poder seguir en pie, valquiria, Cielo, me decías a veces. Claro que cada vez que vuelvo te busco.
Ellas me entenderían. Indiardiente, que aún no se llamaba así, y su amada Clara, que se había traído a su hermana. La guerra había detenido la Poesía, pero ellas se emborracharon en una coctelería que había cerca de la plaza de la Luna. Trataron de no mirar a su alrededor por si la muerte había dejado charcos en el asfalto. Se emborracharon y hablaron de amor, de amor revolucionario, de amor como el que siento cuando mi mirada te descubre, vaquera, Aura, tú. Al verte, lo obtuve todo y lo perdí todo al mismo tiempo. Dices por ahí que te han robado el corazón y te han abandonado a tu suerte, me saludas. Entonces viene la ternura, un gesto tonto, me recoges el pelo haciendo una coleta con tus manos para echarlo hacia atrás y recuerdo cómo personificas ese sentimiento para mí. No quiero hacer más cosas de las que no te enteres, no quiero que sigamos siendo dos extrañas con recuerdos en común, no quiero que continuemos renunciando a todo lo que era nuestro sin reemplazarlo por nada, que no seamos capaces de regenerarnos, traducirte a la lengua que hablo para entenderme con el mundo.
¿Qué somos, Cielo? ¿Qué somos tú y yo? Siempre has sido infinita. No sé si puedo contigo. Tampoco sé si quiero lograr abarcarte. Darnos un nombre es otorgarnos la capacidad de ponernos límites. Tienes los sentidos desordenados. Escuchas con los ojos y besas con las manos. Y te ríes con el mismo tono que tendría un árbol si tuviera voz. Empieza con el bautismo Comensal, me dices cogiéndome de la cintura para que bailemos. Quiero sugerirle a Indiardiente un nombre para ti. Que tenga que ver con el camino luminoso que recorren tus palabras antes de alcanzarnos a las destinatarias. Un nombre siempre ha de dártelo alguien que te ame, ¿no te parece?
Los pájaros, los peces, las olas, los vientos llevaron la noticia por todo el mundo.