Victoria Vadillo
© Victoria Vadillo. 2020
© de esta edición digital:
LíbereLetras, 2020
bajo licencia CC-BY-NC-SA
Imagen:
© Ana Martín Santamaría
Diseño web:
Eduardo Gayo López
Caían como moscas sobre el tablero, las ovejas del Daniel, sin poderlo remediar. Y todo por hacer caso al tío Germán, que le dijo que por aquel cruce del arroyo, el camino era más corto que por el puente viejo y adelantaría mucho tiempo.
Al principio desconfió, ya que el tío Germán no se llevaba bien con su familia. Siempre estaban a la gresca. Bueno, se odiaban. El Daniel, al principio, no sabía el motivo del enfrentamiento –sus padres nunca se lo aclaraban–, hasta que un día el Jaime y el Marcelino se lo contaron: que su abuelo Felipe había dejado embarazada a la Paula, la hermana del tío Germán.
El padre del tío Germán quería que el niño fuera reconocido como hijo del tío Felipe, a lo que el abuelo del Daniel se negó. Como no lo pudieron comprobar, vinieron las amenazas y escaramuzas entre ambas familias, hasta el punto de que a los nietos todavía les prohibían jugar juntos en la escuela.
Al Daniel le gustaba la Matilde, la nieta del tío Germán, pero no podía decírselo por la situación de las familias. A ella también le gustaba el Daniel. Cuando se encontraban, sus miradas se cruzaban dibujando una sonrisa en su cara, pero de ahí no pasaban.
Por ese motivo y por la enemistad que existía, al Daniel le pareció extraño que el tío Germán le mandara por otro sitio distinto para cruzar el arroyo de la calzadilla, en vez del puente viejo, como era costumbre. Pero él siempre se fiaba de la gente y no lo dudó, y ahí estaba la trampa, la terrible venganza, la que siempre le amenazaba y al final se cumplió: al pisar sus ovejas aquel tablero que había tendido a modo de puente, fueron cayendo al arroyo. Muchas perdieron la vida. Otras quedaron heridas. Algunas pudieron salvarse.
El pobre del Daniel se sintió morir. ¿Cómo era posible tanta maldad? Nadie pudo comprobar la verdad, solo él la conocía y, con mucha pena, siguió viendo el enfrentamiento de las dos familias. Me gustaría que mi relato tuviera un final feliz, pero no fue así. El odio y la hostilidad siguieron sin que nada ni nadie pudieran cambiarlo, ¿o quizá sí? ¿No creéis queridos lectores que puede triunfar el amor?