Mi bisabuelo Francesc ejerció de cafetero en el casino del pueblo, de vigilante del matadero, de zapatero, farolero y, más de un día, hasta de «jugador profesional de cartas». Y, como casi todos, también era hortelano en el patio de su casa.
Yo, licenciado en veterinaria (1988), junto a otras compañeras y compañeros, pusimos en marcha Veterinarios Sin Fronteras (1986) para apoyar a las poblaciones campesinas en dificultades. Fui su director (de 1991 al 2009) y me alegro de saber que mucho hicimos y mucho se hace.
Escuchando a las comunidades campesinas, entendí la importancia de sumarse a la defensa de la Soberanía Alimentaria porque la agricultura, oficio de libertad, hoy está presa de los intereses capitalistas de pocas corporaciones. La experiencia de observar, estudiar y denunciar atropellos, y también de conocer alternativas, se ha convertido en cientos de artículos que guardan las hemerotecas, un par de libros (Lo que hay que tragar; Alimentos bajo sospecha; No Vamos a tragar) o mi propio blog, Palabre-ando.
Como contar es otra forma de caminar, en los últimos años también cuento cuentos que al encontrarlos me asombran, me hacen pensar y me gusta compartir como Sin lavarse las manos o la trilogía de Mucha Gente Pequeña compuesta por: Mucha Gente Pequeña; Secretos y Cosechas.
Y como será que la tierra está hecha de cuentos y que la poesía concentra todas las luchas, todo ha confluido en una cosecha de versos mínimos, recogidos en Huertos de Libertad.
Acompañado de muy buenas gentes (desde 2011) coordino la revista Soberanía Alimentaria, Biodiversidad y Culturas, un espacio de pensamiento crítico de los movimientos que defienden algo tan necesario como transformador: Un mundo rural vivo.
Gustavo Duch,
padre de Irene y Xavier,
veterinario, investigador, escritor y contador trashumante.
Y -en el huerto del bisabuelo- aprendiz de hortelano.
Crédito de la fotografía: Revista Leer